Odio la telenovela Montecristo, de canal 4. No porque sea peor que el resto, sino porque -como una suerte de pasta base electromagnética- provocó la irrefrenable adicción de las mujeres que cohabitan conmigo. Entran corriendo a la casa para prender el televisor, gritan cuando cambio de canal... y estoy condenado a cenar con Pablo Echarri hasta que el ciclo me haga el bien de terminar.