
No es muy original el título, creo que lo vi por algún lado. Pero casi siempre hay otros que se inspiran mucho más que yo, y por eso procedo a afanarles.
Si bien este post no pretende referirse a Fromm, creo que no hay otra frase que resuma tan bien el asunto que voy a plantear, que básicamente se trata de cómo relegamos nuestra libertad por el miedo a ser políticamente incorrectos, a parecer unos deleznables fascistas. Y al final terminamos actuando bajo los parámetros más elementales del fascismo.
Hace unos días,
El País de Madrid publicó
un artículo sobre la conformación de un nuevo grupo de ultraderecha en el Parlamento europeo. Con el ingreso de Bulgaria y Rumania habrá suficiente quórum para que se forme este conglomerado, que lo integrarán partidos políticos de varios países, entre ellos Francia -con Le Pen a la cabeza-, Bélgica e Italia, con la nieta de Mussolini al acecho.
Resulta que los demás partidos europeos, desde los más progres hasta el propio PP español, están abocados a elaborar una estrategia para hacerles el vacío a estos figurines, una "política de cordón sanitario", como dijo un diputado socialista español. El diario cita varias declaraciones de políticos de diferentes extracciones diciendo lo horrible que el el auge que los partidos de ultraderecha están teniendo en Europa, y algunos dicen que sus votantes son gente "desinformada".
¿Cuál es el pecado de estos adolfitos para que sus compañeros parlamentarios los traten así? Bueno, tienen discursos nacionalistas, xenófobos, contrarios a la inmigración, en algunos casos toman el legado de Hitler, Mussolini y otros. Y claro, ¡horror! ¿Cómo vamos a permitir que esta gente pelee por sus ideas en el Parlamento?
En cambio, a los políticos de ultraizquierda, que siguen añorando a Stalin y una unión de repúblicas que fue escenario de genocidios tanto o más grandes que el nazi, nadie se les ocurre tocarlos. Tal vez esta situación sea el ejemplo más claro de cómo la simpatía por la izquierda se ha tornado en statu quo sin el más mínimo análisis de sus flaquezas ideológicas. Y también de cómo las culpas de atrocidades pasadas nos siguen calando hondo a todos.
En vez de cultivar una conciencia democrática que haga que el electorado no simpatice con los "ultras" (ni de derecha ni de izquierda), mejor censuremos a los que nos caen peor. ¿"Política de cordón sanitario"? ¿A qué les suena esa frase?
Estas cosas están pasando en un continente donde es delito negar el Holocausto. De hecho, uno de los dirigentes franceses de este nuevo grupete ha sido juzgado por ello. Es como si en Uruguay fuera delito negar la matanza de Salsipuedes. Un delirio. Sanguinetti y su mujer ya estarían en cana.
Es muy linda la libertad, sí. Siempre y cuando no sea molesta, no incomode, no plantee desafíos a nuestra cultura democrática, no nos haga pensar por qué defendemos lo que defendemos.